14 jun 2007






Tarde o temprano, ambos con las nalgas al suelo...

con una especie de aplauso me dice "sigue igual" al despedirse.

Ese aplauso o su parecido, sonó con poca fuerza en el pasillo ocupado solo por nosotros. La posición de las manos fue como cuando se trata de atrapar a una mosca, no matar, atrapar.

La mirada a los ojos profunda como siempre. Manos en las bolsas de su pantalón como siempre. Cabeza ligeramente echada para atrás como siempre. Y el cuerpo apoyado mayormente en los talones (pareciera que con el más mínimo de los empujones podrían sus nalgas visitar el suelo, cien a uno a que ya lo han hecho), esto también seguramente como siempre pero hasta este encuentro lo noté, desde el primer día por cierto.

Fue en un puerto que difícilmente hubiera considerado conocer en otras circunstancias. Aeropuerto miniatura con aspecto y olor a viejo, adornos de los que les llaman "mecsicanos" los gringos, y que me recibiera con nubes negras y llovizna intermitente, de la que hace que los pocos pelos que me quedan en la cabeza se enchinen más de la cuenta. Carreteras feas, de pueblo. Aunque he de reconocer que muy limpias, precisamente como de pueblo; me explicaría él en mi corta estancia que los que fomentan y sacan la mejor parte del turismo se encargan de ello. La zona de hoteles grandes es especialmente nefasta, intentando gringear como en la mayoría de las playas nacionales pero con un especial pésimo gusto norteño. Sus "monumentos" o cosas por alguien consideradas importantes o relevantes, que han puesto cada cien o doscientos metros en el peculiar echado a perder malecón de varios kilómetros de largo, siguen la misma suerte que todo hasta ahora. Ese malecón estrecho pero larguísimo, en algunas partes pintado de verde casi pistache, quemado por el sol, se divide en su vieja y nueva parte. En lo personal, como en CASI todo, prefiero lo viejo. De la parte nueva a la vieja, antes de llegar a esta (me parece) hay un destellito de interés: Un acantilado no muy grande, cercano al faro de la ciudad, donde se han montado casas que en algún momento debieron de lucir bonitas ahí justo enfrente del mar en cada puesta del sol. En una de esas vivió mi "sangre tocaya" y ahí lo acompañaba él no hace pocos veranos. Fueron buenas historias. Divertido verlo desesperado en figurar en su carácter que solo la naturaleza le otorgara, aunque es muy tarde. Se lo agradezco en silencio y le presto atención, un poco menos que a la despedida del sol que señalaba con los últimos de sus brazitos el árbol en donde él tocaba la armónica a ratos, pareciera que lo ayudara en su explicación.


Pasando de esa parte y siguiendo un laberinto de calles y callejuelas no muy largo sino mas bien corto, se llega al primer cuadro de la ciudad obviamente a la parte antigua. De ahí, de un punto medio de altura, se observa desde el balcón del número cinco del bed and breakfast Cynthia, cómo la catedral apenas rebasa con sus torres la altura de los demás edificios que rodean la plaza. Desde ese balconcito oscuro aprecia él ese bonito cuadro de edificios y casonas antiguas convertidas en restaurantes y cafés, así como el ombligo de todos estos que es el típico kiosco plazero que luce iluminado, gracias a las donaciones del omnipresente Club Rotario. Mientras yo, a sus espaldas y escondido en la penumbra de su departamento me siento distinto, como en arenas movedisas pero con pasos firmes, extraña nueva sensación que no me incomoda pero descara mi neofités.

No hay duda que pisé terrenos nuevos en vida madura, después de tantos años por fin solté la rienda del orgullo que activa el freno en mi vida, por una vez. Lo hice por mí, por darme la oportunidad de saber qué es eso y convivir con mis genes vivos. Es como verme en un espejo que tarda varias décadas en reflejar la imagen. Es impresionante darme cuenta que mi mirada también es profunda cuando es a los ojos y que mis bolsas del pantalón suelen estar llenas de mis manos. Ya llegará el tiempo en que mi cuerpo se incline hacia atrás, con todo y cabeza, y mis talones carguen mi peso (espero que nadie me empuje o mis nalgas también podrán tocar el suelo).

7 comentarios:

Anónimo dijo...

desde ese laberinto fantástico llamado genes solo me resta preguntarme de dentro de mi ¿vivo solo?

ElOrdinario dijo...

Es un pedo eso de la genética Anonymus 1 o 2, ya no se quién sea. Cada vez, por lo menos a mí, me da más y más sorpresas. Interesante no?

Anónimo dijo...

el dos, y si es interesante, somos a partir de los que son y fueron, es realmente interesante

Chilanga Catastrófica dijo...

Yo también apostaría mil a uno a que esas nalgas han besado el suelo en múltiples ocasiones... Lo de verte en ESE espejo es impresionante... ya te lo decía, DIOS EXISTE Y SE LLAMA GENÉTICA... y seguro eso no te librará de visitar el suelo en alguna ocasión. Besos miles y gracias por existir...

ElOrdinario dijo...

En el nombre del A, del D y del N santo... así debería de ser la persignación. Blasefemo!!! Perdón. Pero es cierto, prueba irrefutable que HAY ALGO es la genética. Lo se bien.

Anónimo dijo...

bendita raiz, que sostiene el arbol del que soy fruto y que tiene q bien tirarme al suelo, para que ASI de nalgas crezca

Anónimo dijo...

te dieron ganas de empujarlo verdad? temo decirte que si muy seguido tienes las bolsas llenas de tus manos..