11 oct 2007

El previo...


-Y el señor Ordinario dejó la sala de espera para entrar al privado de la desgracia y tomar La decisión… -

Volví al campamento a terminar mi labor. Ese lugar, sus personas y usos han sido siempre importantes para mí y tengo la impresión de que por haber pasado ahí tantos veranos, soy como soy, es decir, sería muy distinto el Ordinario que no hubiera tenido contacto con estos factores. Eso siempre lo he sabido y nunca se ha dudado al respecto. Desde mis primeros dos meses ahí, sin cruzar palabra con casi nadie a mis trece años, hubo algo que me hizo regresar y convertir lo que significó para mí primeramente un infierno, en algo agradable y lo hice. Regresé por muchos años y compartí aventuras y experiencias como la principal de esta serie de memorias, las cuales, agradezco y siempre referiré con orgullo. Pero en ese momento precisamente, ya había decidido no volver más ahí a trabajar. Daba miedo imaginarme mis veranos aquí y no allá, pero era una etapa de decisiones (al parecer), una racha en mi vida (qué raro).

Estaba listo para volver a casa y empezar mi vidita: Trabajo, escuela, casa y novia. En ese estricto orden de importancia. Mis últimas semanas fueron moderadamente rebeldes para los usos normales del campamento: Desvelos, llegar tarde, cerveza diario para mí, escaparnos al bar del pueblo, irreverencias para el director, orinar en el letrero de la entrada, en fin, todo menos trabajo, solo disfrutar el lugar al que “nunca volvería” (sí volví hace poco, por unas horas pero lo visité de nuevo). Todo lo manejamos sin problema. Escribo en plural por que tuve cómplices locales que tomaron la misma decisión que yo, y a la fecha el Rojo, el Sargento y el Ordinario no han vuelto a prestar sus servicios en el verde lugar. Uno es estudiante de cine, otro policía y el otro abogado, y ya no se hablan.

Correos electrónicos extraños (que aún conservo) y pleitos caros por teléfono, fueron constantes en estos días que la Que Colgó el Tacón y yo nos dejamos de ver. Apatía se subió al avión conmigo de regreso al pueblo y no se me despegó hasta que dejamos en su casa a mi novia en turno después del aeropuerto, donde me recibió emocionada pero no tanto como fingía estarlo (su suegra no sabía y no sabe a la fecha de toda esta aventura que narro...creo). Tenis, pantalón de mezclilla, blusita de tirantes y algo en la cabeza (como una especie de paliacate pero en curro) era su atuendo. Yo solo quería llegar a mi casa y se notaba como siempre se me nota, mi desesperación por lograrlo. Mi madre narra que ella se dio cuenta cómo lo nuestro estaba aterrizando cuando al pedir las llaves para yo manejar la miré a los ojos y le dije en tono imperativo “súbete adelante mamá”.

En no más de una semana tomé la decisión. No recuerdo el evento específico en el que se lo hice saber, solo recuerdo esto como flashes: Ya no éramos novios. Nos vimos un par de veces en la universidad. Llamadas perdidas al teléfono. Una visita a un motel en la que no hubo besos pero sí más. Coincidir en un cumpleaños. A lo lejos levantarle las cejas e inclinarle un poco la cara al que se le quiso acercar mientras yo estaba ahí viendo. Revisarle el celular una vez. Sin quererlo recibir de sus manos un ramo de rosas (si mi memoria no me falla están secas ahí en la caja). Platicar con ella acerca de mi decisión. Gritarle a ella acerca de mi decisión. Hablar bien de ella. Sentir miedo. Sentirme libre. Sentir celos. Sentir nostalgia. Sentir que mi misión ahí había sido cumplida. Sentir celos, más de los normales que acabo de citar. Coraje. Una llamada. Una estúpida decisión que ya les contaré…

10 oct 2007

ALGO RARO...

El aterrizaje era inminente. Era como cuando a bordo de un avión, tras avisarte la tripulación muy a su estilo que el descenso comienza, ves en la ventanilla cómo te vas aproximando al suelo que corre en sentido contrario al tuyo más rápido de lo que sientes y tras el obvio próximo contacto con ese mundo que hecho la madre causará fricción en tu realidad que es la nave, te entregas a la suerte, a la astucia del piloto, a la resistencia de las llantas o simplemente al destino. Ya está ahí y para allá vas ¿para qué resistirte o levantar los pies? No te queda otra opción que encontrar la posición corporal más cómoda posible, para la situación más incómoda probable de suceder. Lo nuestro iba a tocar el suelo pronto y no había solución.

Tras esa muy peculiar visita a Montreal, había que volver a Toronto y entonces sí vagar por ahí dos o tres días. Mis planes eran varios, muy particulares. Había que encontrar la forma de incluirla a ella lo más posible en esos tres días que me sobraban de vacaciones, disfrutarla pero disfrutar mi descanso, ya nos veríamos de regreso al pueblo.

Me puse en contacto con Beattle. Una de las personas más creativas que he conocido, inteligente y gracioso. Fue parte del Staff del campamento cuando yo era camper y siguió siendo hasta que alcancé su rango. Un canadiense de aspecto más latino que cualquiera. Moreno de barba cerrada, chaparro de ojos muy chicos y piernas ligeramente chuecas, como de futbolista que es. Él nos recibiría contento en su departamento, solo antes había que buscarlo en su trabajo. Por esto nos dio las indicaciones pertinentes que, por supuesto, causaron conflictos entre la Que Colgó el Tacón y su servidor.

Ya en Toronto, concluidos los gritos y manoteos y con las mochilotas en las espaldas, llegamos caminando al bar donde Beattle trabajaba. Era un mesero más, pero dadas sus capacidades intelectuales y sociales de siempre, alcanzaba alguna especie de influencia y supremacía sobre sus iguales, tanto así que interesado por la visita compartió mesa con nosotros y nos invitó la cena y un par de cervezas en un oscuro pero casi lujoso lugar del centro de la ciudad.

Cansados por el viaje, terminando el turno de nuestro anfitrión, tomamos juntos rumbo a su departamento. Era el piso superior de una casa dúplex y un medio piso arriba de este. Su planta baja consistía en la cocina amplia con terraza, un baño completo, un cuarto y una sala apartada (de esas que tienen puerta y no de las que descansan ahí en medio) que se convertiría en nuestro cuarto durante la visita. Arriba solo había un cuarto muy largo pero con el techo chaparro. Camisetas, pantalones, cd´s, acetatos, zapatos, calcetas, chamarras, gorras (de todo tipo), un teclado, libros y un colchón, apenas dejaban ver el suelo de esta pieza que además, contaba con una terraza con duela y vista a los patios de los vecinos.

El cuarto de abajo lo ocupaba su roommate. Alguien que parecía buena persona pero que en lo personal no traté demasiado. Siempre estuvimos fuera cuando ella no y viceversa. Conocimos lo básico durante el día (la torre, el estadio, el centro y muchas tiendas) y en la noche siempre la “arrastré” a mis planes con Beattle. Un par de bares más y un concierto. Me acuerdo de ese concierto por varias cosas. Principalmente por que es el más loco que he visto, muy incoherente. Fueron tres bandas las que se presentaron, dos de warm up y la estelar. No sabía qué iba a ver y escuchar; ella menos. El único que sabía era nuestro amigo este, pero fiel al ritual que suelo hacer cuando llego a viajar, no pregunté. Cuatro o cinco, de pelos largos pero peinados como futuristas, así como sus ropas y sus instrumentos, sin preámbulos tocaron hasta cansarse. No había armonía aunque rescataban algo de rítmica, el volumen muy alto y muy interesante. A propósito del volumen alto, en una nota alta de la segunda o tercer canción, sentí un ligero dolor en mi oído derecho que me hizo voltear hacia ese lado de la cueva donde estábamos y darme cuenta que estaba parado muy cerca de la bocina, desde ese día no escucho igual, algo me hizo. Después de este para ustedes inservible dato narrado, les sigo platicando que las máquinas estas, que en lo personal nunca había visto, eran como guitarras-teclados con partes tubulares al parecer sensibles de alguna forma que, cuanto más se acercaban las manos de los músicos, más agudos se hacían los sonidos que por medio de la parte semejante a un teclado estos mismos escogían. Muy raros. Después vinieron cinco mujeres al escenario, casi idénticas todas. Se sentaron una al lado de la otra y todas de frente al público, y sobre una mesita cada una de ellas conectó su teclado digno de clase de música en la primaria. Todas tocaron un par de canciones con sus dos índices nada más y ligeramente coordinadas. Muy raras. Ya a esta altura, el grado de confusión para los dos mexicanos que éramos en esa bola de no más de cuatrocientas personas, era notorio. Para mí cercano a lo risorio. Para ella más cercano al sueño y al desistimiento de la aventura y del morbo. No me quedó más que ignorar sus señas y sopesar lo poco que quedaba de mi capacidad de sorpresa para darme cuenta hasta qué grado, esta loca experiencia, la podía extender. Fue mucho, y es que la banda estelar era una especie de mini-musical teatral en la que el principal era una botarga de gorila que bajaba con la gente a ratos. Sus músicos acompañantes iban vestidos de payasos, algunos con zancos, otros no, algunos con paraguas, otros no, pero en todo momento lo señalaban como para dejar claro que era al simio al que teníamos que voltear a ver y no a toda la parafernalia detrás de él sobre el escenario. Les dije que era raro. Se terminó el concierto y para ella fue como desencadenarla. Hecha una fiera casi corre a la casa. Se venía un pancho, de hecho se vino pero yo me divertí en ese show “dejasordos”.


Ya había tenido suficiente. Lo que en origen parecía destinado a unirnos más, había terminado por lograr lo contrario. Sin todavía aceptarlo en ese tiempo, ahora que recuerdo ya lo tenía decidido, aunque a nadie se lo decía ni demostraba. Era una situación clarísima para mí pero tan decepcionante que no quería que el mundo se enterara. Una gran deuda de mi parte cargaría para toda la vida, claro, después de ese sacrificio descabellado que hizo, me lo reprocharían sin descanso ella y los que se enteraron, cuando vieran que lo nuestro no era para siempre como ella quería. A fin de cuentas yo no se lo había pedido, tal vez lo hizo por ella disfrazado en por mí, nunca lo discutimos, pero es que no hubo tiempo. La última noche fue de llantos y de enojos. Yo al día siguiente regresaba al norte a trabajar con niños. Ella se quedaba hasta el día siguiente, cuando le tocaba regresar a España, estar un tiempo más ahí y volver a casa escondiendo esta aventurita.


En el teléfono una semana después:



"Hey Beattle, how did it go the last day with her, pregunté, Fine but weird, she never stopped crying, I just ignored her and sent my roommate to talk to her but didn´t work, all she said was that she missed you, The all day crying, volví a preguntar, Yeah, she stayed in the house all day crying, she was probably homesick, you know, girls... Yeah, may be" MUY RARO.