14 dic 2007

UN CEREBRO COMENZABA A DEJAR DE FUNCIONAR...

La velocidad de las acciones cada vez era más y más lenta, cuadro por cuadro. Yo me sentía desesperado y con tanto miedo que no se me notaba, sí, mi pánico propio era tal que demostraba lo contrario, a veces eso pasa. Me paré en el espacio justo en medio de la sala y el comedor: un cuarto inmaculado, dado que casi no se usaba, oscuro y con muebles de maderas pesadas, muy gringo como toda la casa, a mi izquierda las escaleras eran vigiladas por las cabezas de dos venados matados por quien decidió llevárselos para adornar su casa, y frente a mí, la puerta que daba acceso a la salita de la televisión y las recámaras, bunker de ella y sus amigas quienes discutían si debía encontrarme o no, como si hubiera opción.


Concluyeron en que debía salir una subalterna a capotear al toro. El toro fingió haber perdido fuerza, siguió obediente el capote de un lado a otro, apenas mostrando el coraje que guardaba, pero dejando en claro que no se iba de ahí hasta lograr su misión; así entonces, sin nada más qué hacer, desesperada ante las respuestas tercas de mi parte a sus comentarios de fines tranquilizadores, la delegada y el resto de la cuadrilla prefirieron resguardarse no se donde, dejándonos solos en la sala de televisión para que por fin me desahogara.


No era mi intención ponerme muy cómodo, el plan era que nuestra última interacción fuera rápida y sin rodeos. Sentado apenas en la orilla del sillón, con los dedos de las manos entrelazados y sirviendo de apoyo a mi barbilla los pulgares, le vi primero los pies, blancos como toda ella. No me moví, le seguí los pasos hasta que decidió detenerse y sentarse frente a mí en un banquito de esos que se usan para apoyar los pies estirados. Levanté la cara escupiendo dos palabras seguidas de un insulto, todos estructurados en pregunta. Obviamente la respuesta fue negativa. Seguí con las palabras cuchillo, sin piedad, sin pensar, actuando en automático, respondiendo a mi orgullo, a mi hombría, aprovechando esta situación para empeorar lo nuestro al grado que ya no hubiera camino de regreso. Esa era la gran oportunidad que notaba, no la iba a dejar pasar. Las ofensas empezaron a volver, entre más llegaban, más salían de mi boca para irse directas al corazón, a donde más daño hicieran, maximizando cada particular que durante nuestra historia hubiera causado ruido, sobre todo la desconfianza y las mentiras, lo que me daba herramientas para llenar el cuarto de los muy por quién no odiados: yasabías y quetedijes. Llegó un momento en que La que colgó el tacón no soportó más, eran tanta la neblina de malaleche entre nosotros que tenía que darse un descanso y despejarse, por lo pronto me dejó solo hasta que mi hijoputez me ahogara o por lo menos mientras se ventilaba el de tres por tres que nos había estado escuchando.


Con las cascadas que mis expresiones le trajeran a sus ojos, se levantó de golpe y casi corriendo entró al refugio, la recámara de sus padres. En el camino avisé mi despedida, no quería ahogarme en mi propio veneno y además tenía el pretexto de sentirme agraviado por dejarme hablando solo. Duré un par de minutos esperando o tomando fuerza, el vaivén de insultos me había dejado agitado pero sobre todo pensativo, durante esos, las amigas entraron todas o salieron algunas, o entraron y salieron todas, o todas salieron excepto una, no recuerdo, solo se que había movimiento aquí y allá, dentro de donde ella se resguardaba y fuera, solo veía pies caminar para todos lados, mis cervicales no eran lo suficientemente fuertes como para cargar el sombrero de vergüenza que me había puesto momentos antes y entonces notar quiénes entraban y quiénes salían.


...qué carajos hago aquí?... es hora de correr...
Me levanté con trabajos, sabía que esas circunstancias no permitirían terminar todo, ya preveía nuevas discusiones y acercamientos. Al grado que había llevado las cosas, volver a cruzar siquiera palabra con ella y los y las suyas, no me traería más que verguenza, pena. No logré siquiera dar el primer paso cuando ya tenía a la misma subalterna de frente. Esperaba la ahora autoencomendada encontrarse con la misma fiera de media hora antes, pero no, como pueden notar yo ya iba medianamente deshecho y parcialmente arrepentido, así es que su esfuerzo por ser comprendida fue sobrado, no necesitaba tanta buenés en ese momento para recibir, como se deben de recibir los cubetazos de agua, sensiblemente, lo que me dijo:

-Ordinario, no te vayas, acabo de encontrar a La que colgó el tacón con una pistola en la mano, ya se la quité pero bla bla bla b l a b l a B L A ...