13 may 2008

Hay veces...

Viviendo en la playa, pintando o escribiendo nada más, me vi de repente. El mundo se me cerraba mientras tú te ibas...

Posterior a mi negativa de voltear al cielo a pedir lo imposible, que si en aquel tiempo resultaba inusual ahora es principio regulador en mi vida (afortunada o desafortunadamente, según es el caso), me encontré con mi primo el artista (al que le nombré así en el post anterior pero que en realidad quisiera corregir el bautizo y que quede como Filifú, que tanto le gusta que le llame), sentado a mi lado. Rubio, desubicado y tímido, en esos días más que en los presentes, estaba atento a los movimientos desesperados de su primo que casi se arrancaba los cabellos víctima de las peores de las culpas sentidas y por sentir. Nunca le hagas nada a una mujer... le repetía una y otra vez preocupado por que entendiera. A sabiendas de que signifiqué por mucho tiempo un ejemplo a seguir para él, en el fondo también sé que merecidamente desde esa experiencia, dejé de serlo. Alguna vez le sorprendí el regalo que me hizo cuando me consideró dentro de su lista de dos personas a las que admira, hecha por cierto posteriormente a los hechos que les narro, y la cual me halaga como me halagó. De cualquier forma no concibo la idea de, tras verme así, desecho y más vulnerable que nunca, esa imagen a seguir no se hubiera destruido. Pero bueno, tras esta tangente personalmente reflexiva y fatalmente autoflagelante de la que arbitrariamente a huevo los estoy haciendo partícipes, sigamos con lo nuestro.

El circo que había comenzado no paraba. Sentado en la sala de emergencias, esperando aturdido lo que viniera, me di cuenta que la prensa estaba ahí. Por supuesto que no era momento de aparecer en la cámara, no por vanidad, sino por que al minuto que esto pasaba, el grado de incertidumbre y el sentimiento de vulnerabilidad eran bárbaros. De ipso chinga me paré, crucé las primeras dos puertas que me ofrecían protección y caminé hasta el fondo de ese pasillo para perderme de lo que afuera sucedería: Mi madre entrando a verla con la cabeza hinchada casi al doble ya y darle la bendición; al arribo del papá de mi amigo el Médico (neurólogo que la atendería); la retirada de los tres traumados; las cámaras; etcétera)

La idea de irme de ahí (tal vez debí haber escrito "aquí"), del lugar donde mis días pasan, no dejaba mi mente. Estaba rendido ante la situacioncita esta en la que me había metido. Era ya un infierno de vida, y estrenando reacción, la que ahora es un asiduo reflejo, el de proyectarme ante cualquier situación a un futuro inmediatísimo para después apreciarme en el inmediato y rematar con la consideración de los posibles a largo plazo, me di cuenta que ninguno de todos los que me cruzaban por el cerebro, mientras recargado a esa pared era sacudido por el Che para que recapacitara lo que él estaba escuchando de mi boca y yo de mis ideas, era alentador. Desistir y dejarlo todo. No había más opciones aunque él me tomara de los hombros y casi me gritara que dejara esas ideas que le parecían estúpidas. No podemos olvidarnos que en el clima de la madrugada se podía sentir una, inducida por su servidor, reconfortante brisa de salvación, la cual yo calladamente no compartía pero, y no se me malentienda, sin dejar de anhelar con todas mis ganas equivocarme, en el fondo sentía y casi sabía que no, que no sería así y que el peor de los finales de la novela sería el que me tocaría vivir... nos tocaría vivir: a mí, a ustedes, al vecino, a mis amigos, al mundo y sobre todo a mi mundito (que para esas alturas cada vez se me cerraba más).

Hay veces. El mundo se te puede mover con detalles muy simples. Tus creencias e inclusive los temas de los que antes hacías chistes pueden cambiar con ellos. Algunos podrán pensar que son escapes mentales o acontecimientos inducidos o simples casualidades. Así como el día en que se fue La More (una buena amiga que también colgó los tacones) en el que en el trayecto de la computadora en la que había leído el sutil email que me diera la noticia, al teléfono en el que hiciera la llamada para investigar cómo diablos podía cambiar mi vuelo que me trajera de Canadá para estar en la lloradera local, me encontré un pájaro negro, inmóvil, tembloroso, feo y muy pero muy distinto de los que regularmente hay en un bosque de aquel país; también esa catastrófica (permítame hacer uso de este atinado y ad hoc-ísimo término quien goce de su derecho de uso por quedarle como calcetín) madrugada sentioí (espero poder explicar este ordinario nuevo término), tal vez treinta segundos antes de que entrara el Gordo (novio de mi madre y uno de mis padres de facto) acompañado del Neurólogo (para darme la pronosticada no tan fatal segunda noticia) un Je ne sais quoi... tal vez zumbido pero más como ruido, o mejor dicho una sensación sonora (si es posible y correcto decir o escribir) cuya vibración fue definitiva e indubitable y me lo dejó aún más claro. Ya se petateó... (tal vez no textualmente articulé esa romántica expresión pero, de tanto que me conozco, no lo dudo y por eso la pongo). Y sí, después de escuchar eso quien me acompañaba, hizo que también sus ojos acompañaran a los míos y los dirigimos a las puertas que me resguardaban del pandemónium externo, para ver entrar a los dos mencionados personajes quienes me la soltaron de porrazo y tal vez se sorprendieron de mi reacción, que aunque con obvia sintomatología de dolor, fue casi sosa, inexpresiva y estuvo acompañada de un leve suspiro de alivio... sí, de alivio, y es que para que me entiendan me tengo que referir a lo que mencioné unas líneas arriba. La noticia de la muerte de a quien amé pero también insulté, fue la segunda de las nuevas. Media hora antes ya había recibido otra por parte del neurólogo, aún peor: Su alma ya se había ido casi toda, solo quedaba una hebra aferrada a su corazón, su cerebro ya no funcionaba (las novelas y los noticiarios le dicen muerte cerebral), se había adelantado a lo demás, y así yo no la quería por que ella tampoco se quiso así nunca. Habrá quien me critique pero si encerramos, aislamos, ignoramos antecedentes y consecuencias, y nos centramos a esos dos posibles escenarios, yo prefiero no estar más, no sufrir más, no hacer sufrir más, y mucho menos (disculpen la expresión), quedar lelo o pendejo. Tan tán.

Se fue de nuestro plano, era tiempo de pensar en lo que seguía. Insistía yo en pensar en mi huida, en silencio me reprochaba no haberme obligado a estar en su situación, en igualdad de circunstancias al momento (en otras palabras: si ahí estaba ya todo, por qué no me había dado yo otro plomazo), pensaba en su fam iiiiiiiiiiiiiiiiii lia... sí... lo que seguía!

...pero tu me abriste el paisaje haciendo gala de tu capacidad de volar en este mundo viejo y nadar en tu mundo nuevo; emparejaste la puerta y con tu dedito me señalaste dónde quedarme y en dónde estar, qué hacer y qué no hacer, renunciar a mi auto-castigo con cara de recompensa, olvidarme de seguir tu camino trazado, y ahí sigues todavía, sin querer irte, por más que yo haga, a donde no sepas de mí ni yo de ti, paciente y contenta, tal vez esperándome.